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¿Mi mamá se queda en casa: está deprimida? Una mirada más honesta sobre la felicidad y la edad

  • Foto del escritor: Gabriela Borraccetti
    Gabriela Borraccetti
  • 21 jul
  • 3 Min. de lectura

Hay un momento de la vida en que uno deja de probar.No porque no pueda, sino porque ya entendió.

Para muchas madres, ese momento llega después de haber criado hijos, corrido detrás de horarios, complacido expectativas, cuidado todo y a todos. Llega un día en que lo que llaman “salir a vivir la vida” deja de tener sentido, porque uno ya vivió bastante… y aprendió qué cosas valen la pena y qué cosas no.

Pero la sociedad parece incapaz de aceptar esa quietud.Los hijos la confunden con tristeza, la cultura la confunde con depresión.

Y entonces vienen las frases:

“Tenés que salir, má, distraerte”.“Andá a un gimnasio, te va a hacer bien”.“No te quedes encerrada, no es sano”.
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No es fácil explicarles a los hijos que lo que para ellos es felicidad —el movimiento, el ruido, la novedad— ya no lo es para sus padres. Porque la felicidad cambia con la experiencia. Lo que para los jóvenes es conquista, para los mayores es descanso. Lo que para ellos es probar, para las madres es saborear.

Hay una diferencia enorme entre aislarse por miedo y elegir quedarse porque se disfruta.Pero no todos pueden verla.



🪞 Hogar: refugio, no prisión

No ayuda que la historia haya cargado al hogar con la sombra de una cárcel.Porque es cierto: durante siglos, para las mujeres, el hogar fue impuesto. Fue el único lugar permitido, a la vez refugio y encierro, visible solo en la medida en que servía a otros.

El primer feminismo lo entendió como lo que era entonces: invisibilidad, sumisión, limitación de posibilidades. Y lo cuestionó con razón.Pero hoy, para muchas mujeres, quedarse en casa no es obedecer un mandato, sino desobedecer el mandato opuesto: el de la hiperactividad, el de ser “modernas” y “salir a hacer cosas” como si la quietud no tuviera valor.

Lo que muchos hijos ven cuando miran a sus madres quedarse en casa es esa vieja imagen del hogar-cárcel, y por eso quieren “sacarlas”.Pero no perciben que ahora esa mujer elige. Que quedarse en su espacio ya no es resignación, sino libertad. Que su hogar, por fin, es suyo.

Hay que distinguir:

  • 🩷 Cuando es elección, la mujer disfruta su espacio, organiza su tiempo y siente paz.

  • 🖤 Cuando hay tristeza, la persona se encierra con dolor, sin placer ni sentido.

El matiz es importante: quedarse en casa no es igual a estar mal.

🌸 El tesoro que los hijos todavía no conocen

Lo que los hijos llaman aburrimiento, las madres lo llaman paz.Lo que para los hijos es pasividad, para las madres es descanso ganado.Lo que para los hijos parece soledad, para las madres es intimidad.

Quizá lo que más cuesta aceptar es que su mamá, a pesar de todo, ya no los necesita para ser feliz.Y probablemente, el día que ellos lleguen a esa misma claridad, también descubrirán que no hay nada más valioso que saber decir:

“Hoy no salgo. Hoy me quedo en mi casa. Porque aquí estoy bien”.


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👩‍🦳 Lo que sólo las mujeres saben

Además, no es casual que esto les pase más a las mujeres.Las mujeres llevan encima una carga histórica: siempre se les exigió estar “para otros”.Si una mujer mayor se queda en su casa y no tiene un hombre al lado, parece que está “sola y triste”.Pero si está con un hombre, nadie la molesta: “están juntos, están bien”.Como si la presencia masculina legitimara su tranquilidad, como si una mujer sola no pudiera disfrutar de sí misma y de su hogar sin recibir instrucciones para ser feliz.

En las sociedades orientales, por ejemplo, un adulto mayor no es alguien a quien llevar de aquí para allá “para que se distraiga”, sino alguien a quien se respeta en su retiro, porque se entiende que el silencio, la calma y la quietud son también formas profundas de sabiduría.

Quizá nos falte aprender esa mirada.Quizá nos falte aceptar que lo que ellos —nuestros padres, nuestras madres— eligen como felicidad, no se parece a la nuestra.Quizá nos falte reconocer que, en vez de querer “sacarlos”, deberíamos sentarnos con ellos en esa paz, escucharlos, y agradecerles la lección de no desperdiciar tiempo en lo que ya no importa

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Gabriela Borraccetti

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