Este es un tema que convoca porque todos, sin excepción, buscamos ser felices. El abordaje que hoy comenzamos con esta primera parte, irá desde las definiciones erróneas hasta el camino y el momento en que se nos dará a elegir entre seguir consumiendo definiciones o hallar el camino y el momento para ir a su encuentro. Recorreremos las preguntas desde la psicología, la astrología y las vivencias comunes. Ud. y yo, querido lector, hemos pasado, estamos pasando o pasaremos por desafíos en los que necesitaremos tener cierta consciencia de que ser creativos, es mucho más que pintar un bonito cuadro. Los dejo con el texto y los espero para las siguientes publicaciones.
Escribe: Gabriela Borraccetti
Recuerdo que cuando era muy joven, hubo un día en el que alguien me pidió que recordara momentos felices de mi vida. Fruncí los labios y el entrecejo mientras mis ojos daban vueltas apuntando a mi coronilla, aunque más no fuera para encontrarun bosquejo de lo que pudiese ser considerado como memorable y dichoso.
No me cabía en la cabeza que no existieran en mis archivos experienciales registros ni viejos ni nuevos de algo que, por lo menos, me hiciese arquear la comisura de los labios hacia arriba.
“No debería estar sucediendo esto”, me dije. Y no sabía si el error estaba en mi apreciación de lo que era la felicidad o si realmente había tenido una vida muy dura, difícil o vana.
Pasaron los años y tomé como costumbre el ejercicio de dedicar cada tanto un momento para hacer un repaso de felicidades atesoradas. Y en ese ejercitar, fui cambiando, sin darme cuenta, la definición de la felicidad, de la vida, y sobre todo, la de mí misma.
Cuando en su momento creí que no había existido ningún suceso merecedor de sonrisa, estuve en lo cierto. Por entonces, vivía pendiente de lo que dijesen y aprobasen los demás acerca de mí. Enteramente dedicada a que me quisieran antes que a querer, a ser admirada sin poder admirar a las figuras que se me presentaban como modelos, simplemente hasta archivar otro calificativo gris: el de pesimista. Desde el pobre que moría en una cruz por la indiferencia del resto, pasando por las caras preocupadas de los adultos encerrados en rituales, me topaba a diario con el constante entierro de los deseos penados por la omnipotencia de dios o descartados por impracticables, utópicos, imposibles y tontos, hasta tallar en piedra tal como se había hecho con los mandamientos, la seguridad de que todo lo que quisiese era un gran sinsentido para alguien tan poco inteligente y mal agradecido como yo.
Mis proyectos eran, además; poco ambiciosos, poco lucrativos y había que ir por la vida pensando en uno mismo para tener éxito. No era el arte una posibilidad: el trabajo tenía que doler y si no, ser hijo de un millonario.
Como si fuera poco, tener éxito era poseer los bolsillos llenos, ser aplaudido y ser amado por gente por la que no sentimos nada y mejor era ser amado que amar. Se sufría menos y uno era un gigante si rompía corazones.Eso era prueba de triunfo.
Y ahí estaba yo, ya bien grandecita, durmiendo y tapando muñecos como intentando exorcizar y evadir un mundo que me parecía helado y lleno de impedimentos, rechazo y vacío. ¿Qué podía recordar de bueno, si todo lo que experimentaba era la lucha constante entre el afuera y mi negativa a asistir a mi propio entierro?
Así que pensando siempre en lo terrible de morir sin un recuerdo bonito, tiré al demonio todo lo que me habían hecho creer (obviamente, sin quererlo yo) acerca de las fórmulas para ser feliz. Me ayudó el animarme a desobedecer, y en vez de morir en una oficina que odiaba y de seguir la tradición de casarme; sería mejor pasar de largo e ir a la universidad y al diván para saber si me estaba volviendo loca o ya lo estaba y debía recuperar cordura.
Allí salieron como fantasmas, los colgajos de los guiones que se me habían hecho carne. De a poco, comencé a arrancarme pedazos de una seguridad ficticia y temores ancestrales. Me quité varias veces el corsé expresivo y el mote de tonta.
Fuera del consultorio, me quité el pecado, el miedo, el poder sin autoridad, el machismo, la autodescalificación, los clichés, la obediencia ciega, los prototipos, el terror de fallar, la parálisis del que aspira a la perfección, la ropa y el silencio.
Y entonces empecé a tener recuerdos. Pero no eran como los había imaginado: llenos de mariposas y luciérnagas, aplausos y miradas. Eran y son cada vez más simples:
-El segundo en que vi una estrella fugaz
-Cuando vi a mi perra por primera vez
-La flor naranja de mi jardín
-El momento en que me di cuenta de que ya no tenía pesadillas
-El paisaje del mar, de los cerros y una nube rara
-La luz que se encendió misteriosamente cuando pedí una señal
-El regalo de encontrar a quien admirar, y junto con eso; descubrir que el amor tiene mucho de admiración, pero poco de desmayos y suspiros.
En fin, descubrí que hay chispas, instantes, experiencias que se definen en un contexto mayor, que es el de encontrarse consigo mismo.
Te deseo el mejor de tus caminos: el tuyo.
Lic. Gabriela Borraccetti
¡Qué maravilloso texto!!! Gracias por compartirlo. Es un camino que estoy transitando (nunca termina, claro) con mucha curiosidad por mí misma, asombro, sombras, espejo, luz...
Muy bueno como siempre
Buscar chispazos!
Gracias, Gaby. Los momentos que detallás, esos, los más simples y espontáneos...son los que nos conectan con nosotros mismos... Voy a hacer mi propia lista!! Gracias otra vez!!❤️